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La regla 60/40: Cómo combinar inteligencia humana e IA para lograr más con menos

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En la era de la inteligencia artificial, muchos se preguntan cuánto debemos delegar a las máquinas. ¿Qué tareas deben seguir en manos humanas? ¿Hasta dónde podemos automatizar sin perder creatividad ni criterio?


Frente a este dilema, algunas startups y consultoras ya están aplicando una estrategia práctica: la regla 60/40. Es simple pero poderosa:


El 60% de tu energía y decisiones deben venir de la inteligencia humana; el otro 40%, puedes (y debes) apoyarte en IA.

En los últimos años, la inteligencia artificial ha pasado de ser un concepto futurista a una presencia cotidiana. Está en nuestros correos, en nuestras búsquedas, en los resúmenes de reuniones, en los documentos que escribimos y hasta en las ideas que desarrollamos. Y aunque muchos aún la miran con desconfianza o la usan con timidez, una verdad se va haciendo evidente: ya no se trata de si vamos a usar IA o no, sino de cómo la usamos sin perder lo que nos hace humanos.


Ahí es donde entra la llamada Regla 60/40, un concepto que está empezando a cobrar fuerza en entornos creativos, tecnológicos y empresariales. No es una ley rígida ni una receta mágica, sino más bien una filosofía de trabajo que busca establecer un equilibrio sano entre lo que hacemos con nuestra cabeza, nuestro corazón y nuestra intuición, y lo que dejamos en manos de la inteligencia artificial.


La premisa es sencilla: el 60% de tu esfuerzo, enfoque y decisión debe venir de ti; el 40% puede venir del apoyo de la IA. Y aunque pueda parecer arbitrario, quienes la aplican encuentran en esta proporción una especie de brújula ética y práctica en un mundo donde la automatización amenaza con devorarlo todo.


Cuando hablamos de ese 60% humano, nos referimos a algo profundo. Es el juicio, la experiencia acumulada, la empatía, la lectura emocional de una situación, la capacidad de conectar puntos aparentemente lejanos, de improvisar, de tomar riesgos, de decidir con matices. Es lo que nos permite sentir cuando una idea está bien, aunque el algoritmo diga otra cosa. Es lo que nos hace, al fin y al cabo, irreemplazables.


Por otro lado, el 40% representa todo ese conjunto de procesos que ya no deberían consumir nuestra energía mental: la recopilación de datos, la organización de ideas, la generación de borradores, el análisis inicial, las tareas repetitivas. No porque no sean importantes, sino porque son perfectamente delegables, y porque dejarlas ir es lo que nos permite concentrarnos en lo esencial.


Imaginemos, por ejemplo, a un profesional del marketing que debe diseñar una campaña desde cero. Antes de la IA, el proceso implicaba largas horas de investigación, lluvia de ideas solitarias, redacción de múltiples versiones, pruebas y errores. Hoy, puede pedirle a una herramienta como ChatGPT un esquema base de propuesta, o usar Midjourney para visualizar referencias estéticas. Pero lo más importante —la visión, el enfoque, el tono, la intuición sobre lo que conectará emocionalmente con una audiencia— sigue siendo un trabajo profundamente humano. Ese es el 60%.


Aplicar esta regla no es solo más eficiente, es más saludable. Reduce la fatiga mental, evita el agotamiento por decisiones menores, y nos devuelve el tiempo necesario para pensar con calma, para mirar con perspectiva, para crear sin prisas. Porque si algo nos ha enseñado el trabajo en la era digital es que no siempre más productividad significa más valor. A veces, se trata simplemente de trabajar mejor.


Algunas empresas innovadoras ya lo están aplicando como principio interno. No para reemplazar personas, sino para redirigir sus talentos. Equipos creativos que usan IA para generar diez borradores, pero luego eligen con criterio humano el más potente. Desarrolladores que usan IA para escribir funciones repetitivas, pero dedican su energía a resolver el núcleo de un problema complejo. Directivos que analizan dashboards generados por algoritmos, pero toman decisiones finales desde la experiencia.


Pero aplicar la regla 60/40 también exige una forma de disciplina. No se trata de caer en el uso excesivo y automático de las herramientas. Tampoco en el romanticismo de ignorarlas por completo. Se trata de entender que la inteligencia artificial no piensa como nosotros, pero puede ser una extensión poderosa de lo que somos, si la guiamos con intención.

En esta década que empieza, trabajar de forma inteligente no es simplemente saber usar IA. Es saber cuándo, cómo y cuánto usarla. Es cultivar un pensamiento propio, una voz, un punto de vista, y luego aprovechar la tecnología como una palanca que amplifica, no que reemplaza. Es entender que la IA puede ayudarte a llegar más lejos, pero eres tú quien elige hacia dónde.


Por eso, la regla 60/40 es también una forma de resistencia: frente al ruido, frente a la aceleración sin propósito, frente a la tentación de delegarlo todo. Es una invitación a seguir siendo autores de nuestro trabajo, incluso cuando lo hacemos con asistentes inteligentes al lado.


Porque en el futuro del trabajo, la creatividad no se mide por lo que haces solo, ni por cuánto automatizas, sino por cómo integras lo mejor de ambos mundos. Y eso empieza hoy, en cada decisión, en cada tarea, en cada momento en el que eliges pensar por ti… y dejar que la IA te acompañe sin robarte el protagonismo.


 
 
 

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