Vives con ansiedad y aún no lo sabes
- Amplowork
- 8 sept
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 9 sept

Quiero contarte algo que durante mucho tiempo guardé en silencio.
Desde fuera, parecía que todo en mi vida estaba en orden. Un buen trabajo, amigos, planes… incluso sonrisas en las fotos que compartía. Pero dentro de mí… algo no estaba bien.
Había noches en las que el sueño no llegaba. Me daba vueltas en la cama, con pensamientos que no se detenían. Durante el día, mi corazón se aceleraba sin motivo aparente.
Y lo peor era esa sensación constante de estar corriendo, aunque estuviera quieto.
En ese momento no lo entendía. No sabía ponerle nombre. Lo curioso es que la ansiedad no siempre aparece como nos la muestran en las películas: ataques de pánico, respiración entrecortada, lágrimas. La mía era distinta… era silenciosa. Era esa tensión en los hombros que atribuía a “mala postura”.
El insomnio que pensaba que era solo “estrés del trabajo”. Ese nudo en el estómago que ignoraba porque creía que “a todos les pasa”. Mi cuerpo llevaba tiempo hablándome… pero yo no estaba escuchando. Y es que la ansiedad muchas veces se manifiesta así, con señales pequeñas, casi invisibles, que disfrazamos de normalidad. Con el tiempo entendí algo importante: el cuerpo siempre habla primero. Antes de que la mente se derrumbe, antes de que aparezca un ataque de pánico, el cuerpo da señales. Lo descubrí imaginando mi cuerpo como un semáforo.
Cuando todo va bien, la luz está en verde. Pero cuando empiezo a sentir tensión, aparece el amarillo: mi respiración se vuelve más corta, mis manos empiezan a sudar, mi mandíbula se aprieta. Durante mucho tiempo ignoré ese amarillo. Hasta que un día, inevitablemente, llegó el rojo. El bloqueo, el cansancio extremo, la sensación de no poder más.
Y ahí me di cuenta:
Si aprendemos a escuchar nuestro cuerpo en el amarillo, evitamos llegar al rojo. Hoy, cuando reconozco esas señales, me detengo. Respiro. Pongo la mano sobre mi pecho y escucho el ritmo de mi corazón. A veces cierro los ojos y dejo que el aire entre profundo, recordándome que sigo aquí, que sigo presente. No es magia ni un remedio instantáneo, pero es un comienzo. Un acto de valentía. Porque reconocer lo que sientes nunca es debilidad… es el primer paso hacia el cuidado de uno mismo. Si tú también sientes que tu cuerpo te está hablando, detente un momento.



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